jueves, 15 de abril de 2010

Nunca imaginé que sería capaz de probar una droga

Por: Bizarro Mesa

Siempre le había tenido miedo a las drogas, y más aún, a aquellas que lo hacen alucinar a uno. Esas que lo ponen a ver cosas diferentes del estado de realidad. Las que te sacan del contexto racional en el que estás y sobre todo, esas que pueden llegar a rayarte el coco luego de un viaje psicodélico.

Sin embargo, nunca imaginé que sería capaz de probar alguna, y lo más extraño es que mi primera vez no fue una droga química como el Éxtasis, un LCD o el Key Hole, en cambio fue con una droga psicoactiva natural, a la que le llaman Ayahuasca.

La ayahuasca, para los que no lo saben, es un alucinógeno natural donde su principal fármaco es extraído de una liana a la que llaman Banisteriopsis caapi, el cual, al ser fusionada con otras plantas, logra un nivel psicoactivo que se busca como ayuda a una curación espiritual o una revelación personal, teniendo un origen milenario entre culturas Colombianas, peruanas, ecuatorianas, bolivianas y brasileras.

No quiero recomendar ese psicoactivo como una forma de encontrase consigo mismo. Pero quiero contar lo que me pasaba antes y lo que me sucedió luego de probarla.

Yo estaba en Montañita Ecuador hace unos ocho meses. Un pueblo que es conocido por surfers y por demasiados mochileros que están recorriendo el mundo. Sin embargo, yo no sabía nada de esta población, pero en medio de mi viaje como mochilero me lo recomendaron, y luego de varios días viajando, llegué ahí.

En Montañita viví dos meses y medio. Dormí todo ese tiempo en una carpa frente a la playa, aprendí a surfear, conocí mucha gente, mujeres interesantes, de hecho a una muy buena amiga que está ahora en Chile. Pero también di con gente, que tal vez estaba en la misma búsqueda espiritual y racional, en la que yo andaba. Ahí conocí a Fernanda, una chica argentina de unos treinta dos años, casada con un español que se llama Lorenzo y con una Hija de nombre Rita.

Fernanda es dueña de un hostal - restaurante en este pueblo y ella me dio un trabajo como mesero. No obstante, en el tiempo que trabajé ahí en Montañita, entablamos una buena relación, tanto que pudimos compartir momentos fuera del trabajo. Pero sobretodo el mejor día que compartimos, fue la vez que me invito a su casa a comer una tarta de espinaca.

Estando en su casa armamos un porro, nos lo fumamos y empezamos a hablar de muchas cosa de mi viaje, entre ellas, que estaba viviendo en un vacio, una melancolía, una ansiedad y una tristeza que no el encontraba salida.

Y tal vez en ese momento de tranquilidad y de mucho tetrahidrocanabinol, Fernanda me dijo que si había asistido a una ceremonia con ayahuasca. Mi respuesta fue que no, porque no sabía qué era eso.

Entonces me explicó que era y me contó que ella también había sentido aquello que yo estaba sintiendo en ese momento, y que asistir a una ceremonia de ayahuasca ahí en el pueblo, le había ayudado mucho para encontrarse consigo misma y para poder estar más tranquila.

Esa noche, mientras dormía, esa conversación me martilló la cabeza.

Al otro día, estando en el trabajo, le dije a Fernanda que me gustaría asistir a una ceremonia de ayahuasca. Que aunque tenía miedo, quería probar o hacer “El Viaje” como ella decía.

Recuerdo que me dijo que fuera al hostal Rosa Mística, y que ahí preguntara cuándo harían una ceremonia de ayahuasca. No tengo presente el nombre de la chica que me dio la información, pero está muy viva la respuesta que me dio. “El martes a las nueve de la noche va a haber una ceremonia”. Así que acepté ir.

Mientras tanto, ocho días antes, me empecé a preparar psicológicamente, (y digo psicológicamente porque de verdad tenía mucho miedo, pues estaba consciente que alucinar con una droga, me atormentaba) para acudir a aquel ritual sagrado, que por años es muy respetado por la gente que lo experimenta.

No obstante, Fernanda siempre estuvo al lado mío diciéndome que no me preocupara, que estuviera tranquilo, que eso me ayudaría a encontrar respuestas, y sobretodo más tranquilidad.

Karen, una persona que amo en mi vida, poco estuvo de acuerdo que lo hiciera. Y otros amigos estaban esperando ansiosos, que les contara mi viaje.

Y así llegó el martes. Nueve de la noche. Salí de trabajar de Tikilimbo y me fui hacia el sitio, siguiendo las indicaciones que me habían dado en aquel hostal místico, sobre el lugar de la ceremonia.

Caminé por un sendero que estaba iluminado por una luna gigante, hasta una entrada alumbrada con una antorcha. Ahí era. Entré. Estaba muy oscuro, lleno de arboles, y el sonido del mar llegaba hasta ahí. Sin embargo, muy a lo lejos se veía un fuego encendido.

Camine directo a esa luz, y mientras me acercaba, iba viendo la forma de una choza. Cuando llegué, entré y había unas veinte personas que estaban sentadas en colchonetas.

Todas estaban en círculo, y en el centro estaba un fuego. No obstante, en una silla, en la mitad del círculo estaba Diego, aquel Taita ecuatoriano, de piel blanca y ojos claros, quien, explicando todo el proceso del ritual, me dio más tranquilidad para arriesgarme a esa experiencia inolvidable.

“La ayahuasca es una planta sagrada, que tiene un proceso. Un liquido respetado por cientos de antepasados, al cual se le guarda mucho respeto. Por eso estamos esta noche acá. Para brindarle respeto a esos ancestros que por años han cultivado este ritual de purificación del alma y quienes nos guiaran esta noche para encontrar la respuesta a esa preguntas espirituales que tenemos.”

También nos dijo, que unas horas después de tomar el brebaje, si sentíamos ganas de vomitar o de defecar, no lo retuviéramos, pues eso era todo lo negativo: los vacios y las preguntas que estaban saliendo de nuestra alma, y que en caso de vomitar, lo hiciéramos mirando al fuego, en la bolsa que nos habían dado, pues el fuego representaba lo que daría fin a eso que no hacía sentir mal. Y también dijo, que en caso de tener ganas de ir al baño, no esperáramos para ir, porque cuando se manifiesta por esa vía, no da tiempo de espera, y se sale por sí solo.

Así qué todo empezó cuando el Taita apagó las luces de la choza, y dejó que sólo el fuego central, que según él, estaba alineado con algunas estrellas, alumbrara nuestro entorno.

Después, en una conchita de mar, puso un líquido hecho con alcohol y tabaco, que nos hizo aspirar, con el fin de abrir las fosas nasales. Eso, dizque para percibir mejor los olores y según sus palabras “para tener una mejor visión de lo que van a ver y sentir”.
Siguiendo los pasos del rito, prendió un tabaco natural dulce, que luego de fumarlo, empezó a pasar a uno por uno, y quienes debíamos expulsar el humo hacía el fuego, luego explicarle a los ancestros que están en el más allá el por qué estábamos ahí. Y además teníamos que pedirles permiso.

Luego empezó a tocar una especie de maracas, sacó el brebaje, que curiosamente estaba en una botella de dos litros de Coca-Cola, lo bebió y empezó a cantar algo que yo no entendía, mientras los demás continuábamos sentados, observándolo con mucho respeto.

Prontamente, el Taita se puso de pie y empezó a dar el brebaje en un vaso a uno por uno preguntándole si era la primera vez que lo probaba. Aquel que respondía que sí, le daba menos de lo normal. Cuando llegó a mí, dijo unas palabras en un idioma que no entendí, me preguntó si era la primera vez, a lo que respondí que sí. Me sirvió en un vaso un poco del brebaje marrón espeso, me lo dio en las manos, le pedí a los ancestros que me protegieran en el viaje astral y lo bebí.

La ayahuasca tiene un sabor como de guayaba con sábila. Al principio muy dulce y luego muy amargo.

Dedo decir, que pasé casi una hora con esa sensación amarga en mi boca. Además no sentía nada y me estaba arrepintiendo de haber pagado una pequeña cantidad en dólares, por algo que hasta ese momento, no me hacía efecto.

Pero no fue sino pensar eso, para que de inmediato se me activara algo en mi cabeza.

Empezó el viaje

Lo que recuerdo es que estaba sentado, con las piernas cruzadas, mirando el fuego, y de un momento a otro se oscurecieron los laterales visuales y sólo podía enfocar el centro. El centro donde estaba el fuego.

Empecé a ver la llama, y sentía que seguía la forma del fuego con mi mirada.
Así duré un tiempo, hasta que todo se puso negro, y comencé a verme en un puerto de barcos en donde mi papá y mi hermanita me decían que no me fuera, que me quedara. A lo que respondía que no, que ya era hora de irme y que estaría muy bien.

Luego abordé el barco, mientras ellos dos se quedaban llorando y derramando unas lágrimas gigantes, que salían de sus ojos con un color rojo.

Recuerdo que sentía que me dolía ver esa imagen, pero que muy en el fondo estaba tranquilo.

Sin embargo, ese dolor venía desde el estomago, y era tan fuerte, que me sacó de lo que estaba viendo y volví en sí con muchas nauseas, y empecé a vomitar.

Después de trasbocar, podía oler el entorno. El Humo del tabaco entraba hasta mi sangre, era un olor dulce. También podía escuchar y sentir a los otros vomitando, tosiendo, llorando, gritando, o simplemente en silencio.

Mientras estaba en ese trance, de realidad y alucinación, de sonidos que entraban por mis poros. De colores que alumbraban mi cuerpo, podía observar al Taita cantando, moviendo las maracas y bandeando una especie de ramas con plumas.

Todo sucedía a mucha velocidad, y el espacio - tiempo se había vuelto loco. Me sentía como en el país de las maravillas. Me movía para atrás y adelante, a los lados; me agarraba el estomago apretándolo. Pero luego me volví a quedar quieto, sentado, tranquilo y sentí como si le bajaran el volumen a todo, y me halaran de nuevo al barco.

Ahí, observé que estábamos navegando por un río de estrellas diminutas. Estrellas que iluminaban el río y creaban una luz que me enceguecían. Sin embargo, era tan hermosa esa la luz, que yo sonreía mucho. Y cuando dejé de tocarlas apareció Karen de la nada. Ella corrió hacia a mí, se lanzó dándome un abrazo. Sentí que me envolvía y me protegía.

Nos abrazamos mucho. Sentía su olor, su cabello, su piel. Y la veía reír mucho. Creo que ese abrazo duro unas cuantas horas porque, mientras la abracé veía colores, sonreía mucho. Saltaba. Me salían alas.

Pero luego otra vez todo se puso negro y de nuevo el estomago me dolía mucho. Ahí fue cuando puede abrir los ojos. Volví a una realidad, y sentía muchas ganas de ir al baño. No obstante, en medio de la confusión, recordé “en caso de tener ganas de ir al baño, no lo retuviéramos…” Así que, aunque viendo colores, escuchando sonidos de gente llorar, otra reír; ver gordos y flacos, puede pararme tranquilo y enfocar el baño que estaba afuera de la choza.

Ya ahí, sentado en el inodoro, todo se empezó a salir desde mis adentros. Caían al sanitario muchas cosas de mi ano. Sentía como piedras saliendo de mí. Pequeños cuchillos que me cortaban el estomago por la mitad.

De repente, toda esa sensación se detuvo. Estaba muy mareado, desorientado. Me limpie, me subí el pantalón y fui a la cabaña de nuevo.

Aún podía sentir ese olor dulce del tabaco, que ya era demasiado empalagoso. Me senté de nuevo, y de inmediato todo se puso negro.

Era una oscuridad que podía palpar y que sentía densa. Tenía la sensación de una tela negra que podía ir corriendo hacia los lados pero no veía nada. Sin embargo, continuaba caminado por esa oscuridad. Hasta el momento que corrí de nuevo la tela con mi mano derecha, y apareció una luz blanca gigante, encegueciéndome, obligándome de inmediato a cubrirme los ojos con mis manos, hasta el momento en que la luz se fue desvaneciendo, dándole vida a la silueta de mi papá, mi hermanita y Karen…

...Ellos estaban en un campo verde que se veía muy grande. El cielo estaba azul y el sol brillaba. Caminé hacia ellos, sintiendo mucha tranquilidad, y la frescura del viento, que cada vez que se estrellaba con mi piel, podía escuchar el sonido del mar…
Luego los abracé a todos y la luz volvió para cubrirnos. Era como el final de una película. Una luz blanca que cubre toda la pantalla y el sonido del mar sonado de fondo. Así permanecí durante unas largas horas. Hasta que pude abrir los ojos, cayendo en la cuenta, que me había quedado dormido en medio de “El Viaje”.

Cuando me desperté, no me sentí mareado, ni desorientado, al contrario, me sentía con mucha fuerza. Una alegría recorría mi corazón.

Me acomodé, mire a mí alrededor. No estaba el Taita. Las demás personas seguían durmiendo. Me puse de pie. Salí de la cabaña caminando lento, y ya era de día.

Era una mañana fría y tranquila. Sentía algo extraño. Era como si de mi piel saliera energía. Me sentía muy feliz, alegre, pero sobretodo estaba disfrutando el silencio mañanero.

Seguí caminando entre arboles, ramas y hojas secas en el suelo, hasta llegar a la entrada. Luego caminé por el mismo sendero por el que había llegado. -Podía ver mejor, que era un camino que cortaba a la mitad un campo abierto, y que desde ahí, muy a lo lejos, podía ver el mar-.

Paso tras paso, pensaba que todo lo que había sucedido, o estaba sucediendo, era extrañó. Había un silencio que nunca había sentido pero que después de haber probado la ayahuasca pude observar que lo disfrutaba. Disfrutaba que los ancestros me permitirán sentir eso.

La verdad no sé si todo lo que vi y sentí fueron respuestas a muchas preguntas que llevaba. No sé si por probar ese brebaje, ahora me siento con menos peso encima, estoy más tranquilo - Ahora sonrió más- . Además ha nacido una pasión por la música y las letras, que antes no tenía. Ha germinado una semilla de amistad, compañerismo y perdón. Y algo que durante mucho tiempo se me perdió. Volver a creer en mí.

Ya han pasado ocho meses desde que probé la Ayahuasca. He seguido experimentando muchas cosas pero ahora he podido comprender, que cuando mi corazón se vuelve duro en la ciudad, debo recurrir a la naturaleza para volverlo blando, y que cuando mi corazón está demasiado natural, debo volver a la ciudad.

Ahora estoy en Buenos Aires, dispuesto a probar otro viaje…

4 comentarios:

  1. Excelente relato!!! la verdad que tu experiencia debio ser muy enriquecedora....a veces los sabores amargos son los que nos permiten darnos cuenta de las realidades que no queremos ver.....
    besos amigo!!! como siempre, me encanta leerte.....

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  2. tengo una envidia sana devido a tu experiencia, siento ganas de vivir ese momento espero la vida me de la oportunidad de conocer mi vida en otra realidad...gracias.

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  3. Muy buen relato, yo tambien tuve una experiencia muy grata, senti nauseas pero como habia practicado meditacion esto me ayudo a controlar estas sensacions fisicas, definitivamente me ayudo mucho a sentirme mas tranquila y en contacto conmigo misma es una experiencia espiritual que recomiendo a todos; creo que nuestra energia influye en todo lo que nos rodea. un abrazo y bendiciones

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  4. no termine de leer el relato, pero si tu primera droga fue la ayahuasca, enhorabuena!! existen muchas cosas p probar, y sin abusar son una experiencia increible... mas si el lugar lo acompaña... y siempre hazlo c personas q te inspiren confianza, amigos o desconocidos c buena quimica...

    un beso

    gaby

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